Hace unos añitos, exactamente nueve, cuando mi adorada y única hija terminó el bachillerato, con la nota de selectividad en el bolsillo y la satisfacción de haber obtenido la mejor nota de todo el colegio, se acercó a mi con esa sonrisa que ponen las hijas (los hijos también, pero no es lo mismo) cuando te van a pedir algo y dijo:
«Papá, ¿me compras un ordenador nuevo?». «¡Por supuesto!», dije yo sacando pecho. «¡El que quieras!», añadí con suficiencia no exenta de temeridad.
«¿Puede ser un Apple?», dijo ella. «¡Por supuesto!, dije yo (no me pensaba achicar), «peeeeero, luego no te quejes de que no te sirve y me pidas cambiarlo antes de que empieces la Universidad». Lo pensó unos momentos y dijo: «¡De acuerdo!».
Con el trato ya cerrado, pregunté: «¿Por qué un Apple?». «¡Porque son más bonitos!», respondió. «¡Ah!, ¿…?». Mi analítica mente, largamente entrenada en cuestiones del tipo ‘What… if?’, no pudo añadir nada más concreto.
Hasta ese momento, en casa siempre había habido ordenadores, siempre Windows, renovados cada dos años más o menos. Mi tierna descendiente había disfrutado desde hacía años, además del ordenador de torre, de los portátiles que yo le había ido pasando cada vez que me compraba uno nuevo y reacondicionaba el anterior para su uso exclusivo.
Era ya tiempo de que estrenara su ordenador, la próxima entrada en la universidad así lo aconsejaba, y, previo aviso de que mis nulos conocimientos en ese SO iban a hacer que no pudiera ayudarla con los problemas que surgieran en adelante como había hecho con los Windows, – problemas muuuuy frecuentes por cierto- eligió modelo y un precioso iBook con Tiger entró en casa.
Todavía sigo esperando que me llame para ponerlo en marcha, configurarlo, conectarlo a la red Wifi de casa, instalar una impresora, etc.
No se volvió a hablar del ordenador… ¡para nada! Pasó el verano y se fue a la universidad, a otra ciudad, a Zaragoza. Medicina, una carrera larga, muy larga. «Ya veremos», pensé…
Y los años pasaron y los cursos también. Residencia de estudiantes, pisos compartidos, red de la Uni, red de casa o residencia, impresora multifunción personal, trabajos en equipo, apuntes por kilómetros… ¡80Gb! Tenía 0 problemas. En las conversaciones por teléfono, diarias o casi, nunca, nunca se habló de dificultad alguna con el ordenador. A la pregunta «¿qué tal te va el ordenador?», la respuesta invariable: «¡Bien!».
Tres años después, una noche, la conversación cambió un poco. «Se me ha estropeado el ordenador», me dijo. «Vaya, vaya…», pensé. «Tampoco ha durado mucho más que un Windows». «Es que se me ha roto una tecla, la de la letra A, pero ya he llamado al servicio técnico de Apple y mañana me lo cambian, 80€ cuesta». «Bueno, ya me contarás como queda», dije yo no muy convencido.
Dos días después: «¡Ya lo he recogido!… ¡Está como nuevo!. «¿Y no has perdido nada de información?», pregunté yo, precavido. «¡Nada de nada!», contestó ella con naturalidad. Me quedé pensativo, porque mientras tanto, yo peleaba con Vista y un portátil de gama alta, de buena marca. En 6 meses formateé tres veces, un cambio de RAM, un cambio de placa base, y seguía sin funcionar. Me pasaba el 90% del tiempo administrando el sistema, bueno, intentando administrarlo, mientras hard y soft se acusaban el uno al otro. Y en cada cambio, toda o parte de la información se había perdido sin remedio.
Mientras mi ‘Vista’ no ‘iba’, el ‘Tiger’ seguía sin flaquear y sin causar problemas, así que empecé a vigilar la web de Apple y a considerar que quizá era yo el que había hecho una aproximación incorrecta a la informática personal. Muchas reflexiones, pero al principio de 2008 aproveché una oferta de equipo reconstruido y mi primer Mac, un Macbook de 2007, me fue enviado a casa. Todavía lo uso. Sin comentarios. Cometí algunos errores de configuración inicial, cosas muy simples. ¿Vicios?. Quizá normales en los que venimos de Windows. Un día llamé a AppleCare. Me escuchó. «¿Disculpe?, me dijo. «Seguramente viene usted de Windows, ¿no?». «Si, ¡es verdad!», dije yo. «Nos ha pasado a casi todos, ¡no se preocupe! Aunque así sea, la curva de aprendizaje ¡no tiene nada que ver!. Y además, en Apple TODO se puede reparar y reconfigurar sin perder información. Haga copias de seguridad y luego pruebe sin miedo».
Terminada la carrera de Medicina, mi hija cambió el iBook por un MacBook (blanquito), pero el iBook todavía funciona sin problemas (salvo autonomía de la batería) y yo todavía uso el MacBook de 2007 al que ya hacen compañía un Mac Mini, un iPad, un iPhone, más de un iPod y varios gadgets para ellos. Mi próxima máquina será otro MacBook o un Air, no tengo dudas a día de hoy. O sea, se puede llegar desde distintos puntos de partida y por distintos caminos. @macflighty Aproximación Indirecta*: Dícese de la aproximación instrumental (sin visibilidad) a una pista en la que, a partir de un punto en que establece contacto visual con el aeropuerto y/o terreno circundante, se vuela una trayectoria visual para conseguir aterrizar en una pista diferente de aquella a que se inició la aproximación. No existe una única maniobra de este tipo, ya que el punto de inicio y los virajes subsiguientes quedan a discreción del piloto (definición del Reglamento de Circulación Aérea).
todalaverdad
80€ por cambiar una tecla…sin comentarios
y preguntar si no ha perdido información por cambiar una tecla…sin comentarios también
se te ve mucho el plumero…